"RUSO" Y LA SERPIENTE DE ORO

Su presencia resaltaba entre la gente, porque no era del lugar, ni del valle. Quizá tampoco era peruano. Alguna vez, habría respondido a un curioso que era de Rusia. Desde entonces, la gente lo llamaba “Ruso”. No se recuerda haber conocido a alguien que lo llamara por su nombre de pila: Carlos Morseky. Era habitual encontrarlo en la campiña y muy raras veces en los pueblos de la quebrada. Su contextura delgada, su prominente nariz en el rostro bronceado, y su cabello canoso y largo, algunas veces hasta los hombros, eran los rasgos que más resaltaban en este hombre que conocimos con la edad de adulto mayor. Contestaba amablemente el saludo de la gente. Caminaba a placer cuando calzaba unas ojotas de yanqui y vestía camisas de manga larga, aún en épocas de mucho calor. Cuando hacía frío, por las madrugadas o en las tardes, se lo veía con un delgado suéter en el cuerpo. Sin ser una personalidad importante, fue durante mucho tiempo el personaje más conocido en toda la quebrada, desde Cañete hasta Yauyos. Por donde transitaba todo el año, como si hubiera sido el judío errante. No era novedad, para la gente, que se dedicara a huaquear y a desenterrar los tesoros que guardaban los gentiles en las laderas de los cerros, patrimonio histórico jamás protegido del saqueo. Era lo único que incomodaba de él, pero nunca se supo que estuvo involucrado en algún problema.
En una noche de luna llena, “Ruso” salió a huaquear. Tenía localizado una tumba en una zona de la ciudad fortaleza de Incahuasi o Casa del Inca. Antes de empezar a cavar, realizó una pequeña ceremonia de pago a la tierra: una invocación a la Pacha Mama, la diosa de la tierra inca, y presentó una ofrenda de tabaco y pisco, derramándolos en el suelo, en reciprocidad porque la Madre Tierra nos da la vida. Si no se pide permiso, dijo, puede atacarnos el mal de huaca o recibir otros duros castigados. Luego de excavar medio metro, empezó a explorar el pozo con una varilla de acero, llamada baqueta. La introducía lenta y ceremoniosamente en diferentes zonas e interpretaba, con la experiencia de muchas noches de saqueo, la firmeza que le ofrecía la tierra. De repente la barra se hundió de un solo golpe. Aquí está el tesoro, dijo, al tiempo que encontró una momia, correspondiente a un adulto, de más de mil años de antigüedad. En la tumba también encontró mantos y  cántaros decorados con dibujos geográficos, inspirados en tonos marrón, sepia, negro, azul y amarillo, impecablemente conservados. Del pozo seguían saliendo piezas y huacos. Su corazón empezó a latir con fuerza, cuando encontró, entre la tierra ocre que lo cubría todo, algo maravilloso nunca antes desenterrado: ¡una serpiente de oro! Era una hermosa joya, una obra de arte, como sinónimo de belleza y perfección, que cualquier coleccionista hubiese querido lucir en su vitrina. La huaca, el templo de más de un milenio de antigüedad, se había profanado. El descanso eterno de un difunto milenario, en sepulcro sagrado, se había interrumpido. Un ilícito que jamás debería volver a ocurrir.
¿Dónde y por cuánto vendió la serpiente de oro y las demás piezas arqueológicas? Es un misterio que “Ruso” se llevó a la tumba. La gente especuló que los llevó al extranjero, para ofrecerlos al mejor postor.  Nunca pareció ser un hombre solvente económicamente.  Al contrario, siempre evidenció ser sencillo y modesto. Además de huaquero, siguió ejerciendo de carbonero y curandero, tratando males de herpes, uta, sarna y hongos.
Recordamos haberlo visto a lo largo de casi treinta años, desde la década del sesenta hasta fines de la década del ochenta…y, con el mismo misterio con que apareció un día por la quebrada, así también desapareció, como si nunca hubiera existido. (Lucho Villanueva Sánchez).

CAMINO DE TENTACIÓN, DRAMA Y TERROR




Allá en la década de 1950, cuando el camino hacia Lunahuaná era de tierra y este distrito aún no había sido declarada Capital Turística y Cultural de la Provincia de Cañete, don Félix, conocido como el don Juan de Lunahuaná, vivió en carne propia el drama más espantoso de su vida, conduciendo su auto Ford clásico color celeste. Fue uno de los pocos choferes de transporte público de la época en la ruta Lunahuaná - Imperial -Lunahuaná.
La vida de don Félix era el fiel reflejo de la obra Don Juan Tenorio: una persona con cualidades románticas y emociones altamente sensibles, pero también mujeriego. “Las mujeres son mis trofeos, son todo para mí y por ellas doy la vida. …rosas que caen del cielo y sus pétalos voy desojando”, solía decir el romántico seductor de damas de todas las edades y estaciones de la vida.
En una noche de juerga, de parranda, retornaba solo a su casa, situada en el barrio de Condoray. Era una noche tenebrosa, con truenos y lluvia. La lluvia era tan intensa, que el chofer apenas podía visualizar a unos metros de distancia. Iba a unos 20 kilómetros por hora. Encendió una luz tenue interior del coche. Cuando cruzaba El Desierto, en Nuevo Imperial, miró de repente por el espejo retrovisor y se dio cuenta, con asombro, que en el asiento posterior iba una hermosa dama con ropa sugestiva y sexi, portando una rosa blanca en las manos. Era la modelo que siempre soñó seducir y acariciar entre sus brazos.
Se frotó los ojos, pensando que se trataba de una ilusión óptica, pero al abrirlos, seguía allí, implacable, imponente y seductora. Entró en susto. Sintió que los vellos de sus brazos se erizaban. Se agarró la cabeza. Trató de santiguarse. Luego atinó a aferrarse al volante, mirando hacia adelante, tratando de que todo pasara, en un intento casi desesperado por evitar un accidente, pero de vez en cuando miraba de reojo el bello rostro y  el cuerpo esbelto de  la misteriosa chica.
Quiso hablarle al corazón, pero no le salieron palabras por el susto. Estaba mudo de espanto, pero a la vez sorprendido por tanta belleza. Recorrió varios kilómetros y la dama viajaba sin decir nada, mirando coquetamente y con las piernas cruzadas. Él trataba de pisar a fondo el acelerador, pero era difícil por la lluvia, las curvas y el camino sin asfalto. Ningún vehículo en sentido contrario. Sólo se escuchaba el sonido natural del río, lluvia y arroyos.
Luego de más de media hora de tenso recorrido, llegaron al anexo de Paullo y a la altura de las Ruinas de Incahuasi, la mujer desapareció, dejando en el asiento la “rosa” blanca. Parece que sólo buscaba un poco de compañía, aunque su presencia causaba temor. El pobre Félix respiró profundo y le volvió el alma al cuerpo. Pero el drama -como en la obra Don Juan Tenorio- tuvo una segunda parte.
Raudamente llegó a su casa y estacionó su carro a la vera del camino. Pese a la hora, pidió a su esposa  Rosa dos tragos de pisco y temblando aún, empezó a contar la horrible experiencia por la que acaba de pasar y presenciar. Se hizo un silencio sepulcral.  El miedo asomaba por todos los rincones. Se tomaron de las manos y sobreponiéndose a la impresión, abrieron la puerta posterior del carro. Nuevamente, el terror y el miedo hicieron presa de ellos. No lo podían creer: la “rosa” se había convertido en hueso fémur de un ser humano. ¡Dios santo!, exclamó la esposa. Temblorosos reingresaron a la casa y pusieron llave a todas puertas.
Se pasaron toda la madrugada en vela, orando ante un crucifijo. Ni bien amaneció don Félix y doña Rosa se dirigieron al cementerio “Divino Redentor” de Lunahuaná, para depositar -con respeto y tolerancia- el fémur en una tumba y orar por la salvación del alma de la chica fantasma, al tiempo que él prometió ser fiel, aunque su esposa pierda su belleza y atractivo, aunque no satisfaga totalmente sus deseos sexuales.
Como quien dice, las cosas suceden por algo. No hay mal que por bien no venga. Paradójicamente, el terror y drama fue una bendición: la pareja renovó su amor y fidelidad, viviendo felices para siempre. (Lucho Villanueva Sánchez).

EL CERRO DEL FRAY SAN JERÓNIMO


“San Jerónimo” es uno de los anexos más grandes y prósperos de Lunahuaná. Desde tiempos inmemoriales, los pobladores profesan gran fe al santo San Jerónimo, habiéndoles designado como su santo patrón.
Sabemos que siempre fue un anexo amenazado por inundaciones y huaicos. Cuando se fundó era un pueblo “fantasma”. La gente rehuía vivir en este lugar por los castigos de la naturaleza, castigos que eran fortísimos en la estación de verano.
Las cosas empezaron a cambiar cuando llegó el primer misionero, un padre franciscano de origen español, quien les inculcó fe a los escasos pobladores, contándoles la vida y milagro del fray San Jerónino, el “león” del desierto que oraba con la Biblia.
La devoción creció vertiginosamente. Un día 30 de setiembre, un grupo de fieles quedó atónito al visualizar la aparición de la sombra del santo San Jerónino en la cima de un cerro aledaño, sombra que hasta hoy en día se puede ver a la distancia. La gente exclamó: ¡milagro!, ¡milagro!
Desde entonces, instauraron ese día como fecha festiva. El primer año de veneración, un grupo de entusiastas fieles decidió subir hasta el mismo cerro, para rendir culto al santo, sin lograr su objetivo, pagando a cambio un alto precio con sus propias vidas. Todos desaparecieron misteriosamente la noche del peregrinaje. Al día siguiente, cuando los vecinos acudieron a rescatarlos, sólo encontraron una cruz, velas, flores e instrumentos musicales, en la falda del cerro, cerca de una cavidad rocosa. Ni rastro de las víctimas. ¿Qué ocurrió? Nunca se supo. Sólo se dice que el eco de las dulces notas de saxos y trompetas retumban a la medianoche en el Cerro del Santo Patrón San Jerónimo. (Lucho Villanueva Sánchez).



¿TE GUSTARÍA PASAR UNA NOCHE EN LA CASA ENCANTADA?

En la ladera rocosa y desértica de uno de los cerros del barrio de Catapalla, al borde de un canal de regadío y a escasos metros de la carretera Lunahuaná - Pacarán, se levanta la enigmática Casa Encantada, construida con material noble, a mediados del siglo XX, cuando la mayoría de las viviendas eran de adobe en Lunahuaná.
La casa de dos pisos, con sótano, fue construida por los esposos Vladimiro Garbín, descendiente de italianos, y Victoria Rivas, dama lunahuaneña, quienes fijaron su hogar en una zona supuestamente estratégica, buscando tranquilidad y confort. Pero nunca imaginaron que vivirían horribles “pesadillas”, desde la primera noche que pasaron juntos en su flamante residencia.
Empezaron a oír ruidos extraños, como de gente caminando en la madrugada en el techo de su casa; ruidos que se convertían en risas y llantos tétricos. Sonidos de caballos relinchando y ahogándose. Se convirtió en un ambiente frío y tenebroso, donde puertas y ventanas se abrían y cerraban solas.
Presas del pánico, en vista de que nada los dejaba estar tranquilos, don Vladimiro y doña Victoria, decidieron al muy poco tiempo abandonar la casa, transfiriéndola a los esposos Muñoz, quienes también salieron locos de terror. Más adelante, el misterioso inmueble pasó a poder de la familia Rivas y, finalmente, Varillas. Lo cierto es que en 64 años, nadie ha podido habitarla establemente y sigue desocupada. Los frecuentes fenómenos paranormales eran de terror.
¿Una maldición familiar o maldición por la matanza durante la Guerra del Pacífico? El pacto con el diablo que habría tenido el primer dueño de la casa, constituye una maldición familiar, aunque se cuenta que la zona de la Casa Embrujada, habría sido cementerio de numerosos caídos durante la infausta Guerra del Pacífico, luego de que un grupo de  valientes lunahuaneños repelaran a los soldados chilenos, que atacaron el pueblo, destruyendo todo y asesinando a muchos lunahuaneños. Desde entonces es como si los espíritus existieran allí, controlando la casa.
El enigma recobró vigencia hace algunos años, cuando dos jóvenes turistas vieron la casa totalmente iluminada y escucharon música. Ellos se detuvieron a mirar el ambiente festivo. Una bella chica se les acercó e invitó cortésmente a ingresar a la casa, presentándoles a amigas y amigos. Rápidamente se aunaron a la reunión. En instantes en que estaban en pleno baile, se originó un apagón y todo quedó completamente vacío: gente, música y luces desaparecieron súbitamente.
Despavoridos de susto, los visitantes salieron corriendo de la casa. Uno de ellos saltó a la pista  y murió atropellado, mientras que el otro se accidentó y llegó moribundo al Hospital Rezzola de San Vicente de Cañete, siendo atendido por la enfermera Rosa Sánchez, quien relató este testimonio.
Algo más. Hace poco tiempo, el parasicólogo Félix Rivera, junto con reporteros del programa televisivo Contacto Esotérico, visitaron la Casa Encantada y terminaron muertos de susto. Sus cámaras, con baterías de 15 horas de duración, soportaron apenas 10 minutos, el sensor enloqueció y la temperatura se elevó a 77 grados, pese a que no había brillo solar.
En medio de una carga negativa, los reporteros empezaron a sentir escalofríos y observaron que desde el techo colgaban dos piernas, como si las piernas se las hubieran arrancado de sus propios cuerpos.
Flora Varillas, hija del propietario de la vivienda, Silviano Varillas, cuenta que en  varias oportunidades trataron de remodelar la casa, pero los trabajadores que metían la mano, murieron uno a uno. Los constantes fenómenos paranormales, dice Flora,  son de terror a los ojos y percepción de cualquier persona.
Después de leer esta oscura historia, ¿te aventurarías a pasar una noche en la Casa Encantada?... (Luis Villanueva Sánchez).


MI CHICA FANTASMA

El pintoresco pueblito de Cerro Alegre, el “Jardín de Cañete”, situado en Imperial, a 40 kilómetros aproximadamente de Lunahuaná, se preparaba con júbilo, para recibir al grupo de moda de la década del sesenta, “Los Pasteles Verdes” del puerto de Chimbote. La fiesta era un sábado de invierno en el colegio San José. Esa noche el local quedó chico con tanta concurrencia de público. Se dieron cita chicos y chicas de todo Cañete.
La fiesta se desarrollaba amenamente. Todos se lucían bailando con la sensación del momento. Cuando el espectáculo había llegado a su máximo fulgor, un apuesto joven descubre y queda fascinado con la belleza de una chica sensual,  con cabello largo, tez blanca, esbelta, que lucía un vestido largo de encaje gris, con escote profundo, que dejaba mucho a la imaginación. Ella se encontraba completamente sola, observando con mucho interés la fiesta.
Manuel -así se llamaba dicho joven- se le acercó galantemente, entablando amistad con la solitaria damita, quien accede gustosamente a compartir la alegría de la reunión, bailando hasta las primeras horas de la madrugada, ante la mirada y admiración de los amigos del galán.
Luego de divertirse, la misteriosa jovencita Jennifer decide regresar a casa y sale en compañía de Manuel, abordando los dos la motocicleta de éste, no sin antes abrigar cortésmente a ella, con su casaca de cuero.
Llegaron a la casa de Jennifer en el barrio de Carrizales, en Nuevo Imperial, donde se despidieron cariñosamente, prometiéndose encontrar al día siguiente para recoger la casaca e invitarla al cine e ir a cenar.
Al atardecer del día siguiente, Manuel se apersonó a la casa y fue atendido por la mamá de la joven, quien sorprendida escucha el reclamo de una casaca prestada la noche anterior a su hija; ante tal insistencia afirma que ésta había fallecido muchos años atrás; ahora el sorprendido es Manuel, quien se muestra incrédulo e insiste en ver a su amiga.
Ante la incredulidad de Manuel, la mamá pide a él que le acompañe hasta el Cementerio Municipal de Imperial, última morada de Jennifer.  Cuán grande fue la sorpresa de ambos al encontrar la casaca colgada de un clavo, al costado del nicho. Manuel regresó mudo, sumergido en una aguda depresión nerviosa…al poco tiempo también se fue al más allá. Los restos de los dos descansan en el mismo camposanto. (Lucho Villanueva Sánchez).


TRAVESURAS DE DUENDES


Una noche de verano, noche despejada de luna nueva, lejos de las luces de la ciudad, mis tres hijas  -en su infancia- contemplaban el cielo estrellado -bello espectáculo en Lunahuaná-, desde la Huerta de Virginia, en el barrio de Jita, mientras yo -en otro ambiente contiguo- platicaba amenamente con la familia.
Cuando ellas tenían la mirada levantada, observando la inmensidad del cosmos, escucharon la dulce melodía de una flauta. Bajaron la mirada. Se sorprendieron al ver en el bosque a unas pequeñas criaturas, de estatura menuda, vivarachos, traviesos, haciendo piruetas entre los arbustos.
Sin aterrarse, las niñas contemplaron atónitamente las diabluras de los seres extraños, imaginando ser naturales. Dos de ellos, con apariencia de niños pobres, se les acercaron tímidamente, pidiendo algo de comida. Ellas les obsequiaron chocolates y galletas. Luego, los diablillos vertiginosamente corrieron hacia sus amigos, quienes desaparecieron entre la floresta, imitando el sonido de animales.
El relato de las niñas me dejó literalmente mudo. Me sentía atrapado por una pesadilla, impotente ante lo increíble.
JUGUEMOS A LA RONDA
Otra insólita historia ocurrió en Capatalla: una niñita de apenas cinco años,  desapareció misteriosamente, cuando al anochecer jugaba con sus muñecas en el huerto de su casa.
Todo un drama se originó en la casa de la pequeña Juanita. No era para menos. Sus padres sumamente preocupados, salieron presurosos en su búsqueda; cuán grande fue su sorpresa al encontrar a su engreída en medio de un desolado bosque, bajo un árbol frondoso. La chiquilla alegre y sonriente corrió a los brazos de sus padres… ¿Qué paso hijita? Preguntaron ellos. La niñita alegre respondió: “Unos amiguitos sombrerones me trajeron aquí, para jugar a la ronda; son tan buenitos que hasta me prestaron un sombrero y me pusieron en medio de la ronda”.
Los padres quedaron perplejos…la niñita aceptó retornar a casa, con la condición de que le dejaran volver a jugar con sus “amiguitos duendes”. (Lucho Villanueva Sánchez).

EL EMBRUJO DE UNA SIRENA

La historia parece sacada de una película de ficción, pero está basada en hechos reales.
En el año 1946, surgió en Lunahuaná un extraordinario nadador, Gonzalo Segovia Sánchez, quien fue bautizado por sus amigos con el apelativo de “Pejerrey”.
Suplantó una piscina por un pozo de río.
Una roca de más de 10 metros de altura era su trampolín. Desde ese punto, el “Pejerrey” Segovia se lanzaba, con alto grado de precisión y destreza, al pozo Cutimaya, deslizándose luego dentro del agua como un verdadero pez.
Era admirador acérrimo del nadador Daniel Carpio, “Carpayo”, célebre por cruzar a nado el Canal de la Mancha y el Río de la Plata.
Gonzalo convirtió el pozo Cutimaya en escenario propicio para sus “hazañas”. Allí permanecía hora tras horas. Un cerro aledaño era su refugio. Le gustaba vivir ahí, disfrutando de la naturaleza y escuchando el murmullo del río.
Confesó a sus amigos sentirse envuelto de pasión por una criatura prodigiosamente bella, senos hermosos, voz musical y sonrisa encantadora, con cola de pez, que se contornaba, como una bailarina, todos los días a las seis de la tarde, en las cristalinas aguas del pozo Cutimaya.
 “Mi amor es correspondido, dijo, porque en una ocasión ella trató de salir a la superficie, para encontrarse conmigo. Me habló con la sonrisa de sus encantadores ojos. Pero un pescador nos descubrió y tuvo que volver a las  aguas”
“Es divina. Su encanto me embruja. A otro mundo me transporta. Como loco estoy pensando en su amor”, declaró perdidamente enamorado.
En una tarde de verano, mientras esperaba la aparición de su “amada” y el caudal del río crecía torrencialmente, el “Pejerrey” se tiró al río, desafiando un turbulento remolino. Un enorme embudo de agua se lo tragó  y nunca pudo salir a flote.
No sería cierto, en este caso, que “el pez, por la boca muere”. Porque se tejen versiones que el “Pejerrey” Gonzalo habría nadado por un túnel, bajo la superficie del agua, hasta llegar a una playa de ensueño, donde viviría un tórrido romance, para siempre, con la misteriosa ninfa acuática (Lucho Villanueva Sánchez).

DON NICO Y EL TESORO DIABÓLICO

Con todo su esplendor y majestuosidad, la luna llena cubría el cielo de Lunahuaná y sonreía ante el fértil valle cañetano. Al filo de la medianoche, mientras dormían los vecinos,  don Nico Vicente, lampa en mano, salió a regar sus chacras. En el preciso instante que se disponía a llevar agua para sus sembríos, divisó una hermosa pata con una bandada de patitos, llamando poderosamente la atención del viejo labrador lunahuaneño.

“Esto es un regalo de la diosa fortuna”, se dijo interiormente don Nico, quien sin perder tiempo decidió cazarlos. Con la pata en los brazos y los patitos envueltos en una chompa, regresó a su modesta casa -en San Gerónimo-, para guardarlos en un viejo baúl de cedro.
Emocionado hasta las lágrimas, despertó a su esposa, doña Mariana, quien soñolienta  escuchó la buena nueva.
-Oye, viejita, taita Dios me ha regalado esto. Seguro es un tesoro de los abuelos. ¡Ahora somos millonarios!, exclamó don Nico.
-Tranquilo viejo. Hay que esperar hasta el amanecer. No vaya a ser que te hayas traído los patos de la vecina “Polanca”, expresó incrédula doña Mariana.
-Ah, mujer de poca fe -murmuró él, al tiempo que sus ojos brillaban de alegría.
Los dos cuidaron celosamente el preciado baúl hasta el amanecer. Rayando la aurora, no pudieron contener su curiosidad y abrieron cuidadosamente el baúl. Ambos, sorprendidos y aterrorizados, vieron que los hermosos patitos se habían transformado en un diabólico monstruo, con enormes cachos, rabo y garras.
El pobre don Nico quedó mudo de espanto, mientras doña Mariana sufrió pequeñas alteraciones mentales.
Repuestos del susto, recurrieron a un ritual de exorcismo, para repeler al demonio.
Él mostró un crucifijo al baúl y roció un poco de agua bendita, haciendo la Señal de la Cruz insistentemente. En tanto, ella rezaba con un rosario en la mano. La resistencia fue feroz, pero después de dos horas lograron expulsar el mal. Un abrazo en silencio, en el silencio de la alegría, selló su victoria.
Con la fuente de su riqueza, consistente en varios kilos de oro, don Nico satisfizo su fantasía de cambiar toda su dentadura en oro y comprar muchas chacras, convirtiéndose en el centro de atención de la gente, que lo apodó “Gallo Mudo”. (Lucho Villanueva Sánchez).

LA CAMPANA DE GUERRA

En plena guerra con Chile, el Mariscal Andrés Avellino Cáceres, “El Brujo de los Andes”, emprendió su salida a las alturas del país; y las tropas enemigas, confundidas, creían que se encontraba en Lunahuaná. Razón por la cual los chilenos tomaron por asalto nuestro desprevenido pueblo cañetano, cometiendo saqueos, violaciones, incendios y destrucciones. El blanco de su ensañamiento fue la Iglesia Matriz del siglo XVII, con muchos objetos sagrados de gran valor, entre los que se encontraba una artística campana, con aleación de oro y bronce, vibrante, sonora y fina.
Con el pesado botín en las manos,  los chilenos avanzaron hacia el desaparecido puente colgante del pueblo de Lunahuaná -frente al Malecón Araoz o Barranca-, que conducía a un camino que bordeaba la falda de los cerros, teniendo como destino el puerto de Cerro Azul, para luego zapar hacia Chile.
Los valientes lunahuaneños se percataron de las intenciones de la hueste enemiga y aguardaron pacientemente el paso de la misma para dinamitar el puente colgante. Fue así como, en el preciso momento que los chilenos cruzaban el puente, estallaron las dinamitas, originando pavor y muerte en las filas contrarias. La campana cayó pesadamente en el pozo de Cutimaya, donde permanece sumergida hasta la fecha.
Se dice que a las seis de la tarde o a la medianoche, se oye el dulce repicar de la famosa campana de la Iglesia Matriz. Algunas veces se pretendió sacarla del pozo, pero todo esfuerzo fue inútil. La preciada campana permanecerá en el fondo del pozo Cutimaya, como mudo testigo de la infausta Guerra del Pacifico (Lucho Villanueva S.)


TRAGEDIA Y FORTUNA DE DON VALENTÍN


Entre la chacra y la casa, se desarrollaba la tranquila vida de la familia Luyo Yactayo, teniendo a Don Valentín como jefe de ese humilde hogar, en el anexo de Jita -Lunahuaná.
Sus antepasados quisieron premiar su constante amor al trabajo y fue así como encontrándose en medio de sus florecientes sembríos, en una soleada mañana, apareció un gracioso conejillo blanco, que se cruzaba constantemente a su paso. Don Valentín, saboreando de antemano un suculento plato de conejo, se dijo asimismo: “El almuerzo de hoy está asegurado”. De inmediato entró en acción, persiguió a su codiciada presa hasta su escondite, debajo de un antiquísimo batán. ¡Oh, sorpresa! El blanco conejillo se convirtió en un valioso botín: ¡Un cántaro lleno de oro y plata!
Sin salir de su asombro, Don Valentín soñó despierto. Se sintió dueño de una inmensa riqueza. Enseguida volvió a la realidad. Con vehemente curiosidad destapó el cántaro, sin advertir el peligro que correría, pues, el antimonio -como tratando de defender sus joyas- quemó sin compasión sus manos y su rostro. Esto fue el alto precio que pagó Don Valentín a cambio del tesoro encontrado.
A partir de ese afortunado día, este modesto labrador se convirtió en un próspero agricultor, con muchas tierras en su haber, que le permitieron vivir sin apremios económicos, al lado de su inseparable compañera, Doña Francisca, quien -con el mismo amor y sencillez de siempre- supo llevar inteligentemente esta dualidad de tragedia y fortuna. (Lucho Villanueva).

Las Leyendas de Lunahuaná: LA COLEGIALA DE MEDIANOCHE

Lunahuaná no sólo es un atractivo ideal para los amantes al turismo de aventura, gastronomía, naturaleza y vitivinícola, sino también para quienes gustan de la ficción y casos que encierran verdaderos misterios. En este blog me complace empezar a presentar leyendas, que llaman la atención de propios y extraños.

La Colegiala de Medianoche
Ocurrió al filo de la medianoche de un día del mes de noviembre de 1975, cuando en la casa de mis padres se celebraba mi onomástico, en el anexo de Jita.
La familia y amigos departíamos alegremente en un ambiente alumbrado por lámparas a kerosene. Era la época en que Lunahuaná carecía de energía eléctrica. En plena reunión, estando ecuánime, escuché una voz dulce y tierna de una mujer que me invitaba salir a la calle, desolada y oscura.
¿Quién podría ser a esa hora? Salí rápidamente, crucé dos ambientes y abrí presurosamente la puerta principal. ¡Oh, sorpresa!. Cara a cara, apoyada sobre la columna de la puerta, una bella chica de tez canela, cabellos largos, con uniforme escolar: blusa blanca y falda gris. Los tenues rayos de luz interior y la noche estrellada, me permitieron verla de cuerpo entero. Me impresioné, pero no me aterroricé.
-¡Hola, preciosa! Te invito a pasar.
-Gracias, aquí estoy bien.
-¿Cuál es tu nombre?
-No tiene importancia.
-¿Esperas a alguien?, ¿Por qué no pasamos?, insistí.
Esbozó una tímida sonrisa y reiteró:
-Aquí estoy bien, mirando la reunión. Quizá sólo me hace falta compañía.
Era una tentación, pero reaccioné al instante. Sus palabras no eran coherentes. Desde la posición de ella no se veía la reunión. La puerta y ventanas hacia la calle habían estado cerradas. Quedé perplejo. El temor se apoderaba de mí, sentí como que mi cabello empezaba a erizarse.
-¿Espera un momento?
Me retiré rápidamente, por unos segundos, para pasar la voz al familiar más cercano. Al retornar, con mi hermano, la “colegiala” había desaparecido por arte de magia. No se estacionó vehículo alguno y la calle estaba desolada. ¿Quién fue la extraña visitante? Nunca se supo, pero nunca olvidaré su dulce voz y rostro angelical.


¡BIENVENIDOS!