“Esto es un regalo de la diosa fortuna”, se dijo interiormente don Nico, quien sin perder tiempo decidió cazarlos. Con la pata en los brazos y los patitos envueltos en una chompa, regresó a su modesta casa -en San Gerónimo-, para guardarlos en un viejo baúl de cedro.
Emocionado hasta las lágrimas, despertó a su esposa, doña Mariana, quien soñolienta escuchó la buena nueva.
-Oye, viejita, taita Dios me ha regalado esto. Seguro es un tesoro de los abuelos. ¡Ahora somos millonarios!, exclamó don Nico.
-Tranquilo viejo. Hay que esperar hasta el amanecer. No vaya a ser que te hayas traído los patos de la vecina “Polanca”, expresó incrédula doña Mariana.
-Ah, mujer de poca fe -murmuró él, al tiempo que sus ojos brillaban de alegría.
Los dos cuidaron celosamente el preciado baúl hasta el amanecer. Rayando la aurora, no pudieron contener su curiosidad y abrieron cuidadosamente el baúl. Ambos, sorprendidos y aterrorizados, vieron que los hermosos patitos se habían transformado en un diabólico monstruo, con enormes cachos, rabo y garras.
El pobre don Nico quedó mudo de espanto, mientras doña Mariana sufrió pequeñas alteraciones mentales.
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